Mensaje del Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio con motivo de la beatificación del obispo Enrique Angelelli, los sacerdotes Carlos Murias y Gabirel Longeville y el laico Wenceslao Pedernera.
Jueves 25 de abril de 2019.
Hoy como siempre en la historia del cristianismo, siguen habiendo hombres y mujeres testigos de la fe con la entrega de sus vidas. El vocablo “mártir” quiere decir, precisa-mente, testigo. El martirio es el supremo testimonio de la fe, al perder la vida por ella. Nuestros hermanos mártires de La Rioja: el laico padre de familia Wenceslao, el padre franciscano Carlos, el sacerdote diocesano misionero Gabriel y el obispo Enrique, se inscriben ahora en aquella larga estela de beatos y santos de la tierra argentina como Laura Vicuña, Artémides Zatti, Mama Antula o el Cura Brochero por nombrar sólo al-gunos.
De las muchas facetas y rasgos de su testimonio cristiano para destacar -y que en estos días se están poniendo tan bien de manifiesto- desearía valorar un aspecto muy provechoso para nuestra vida de creyentes en este momento de la historia. Por su correspondencia, por sus confidencias a seres queridos o hermanos religiosos o por el testimonio de conocidos, sabemos que ellos en algún momentos se supieron perseguidos y sintieron miedo, tuvieron dudas, inquietudes o estuvieron muy cerca de la desesperación. Y, sin embargo, su convicción creyente y su irrenunciable compromiso con en el Evangelio, particularmente en la promoción, cuidado y defensa de la vida de los hermanos más pobres, los sostuvo inquebrantablemente hasta dar la vida en la fe y la misión.
En este mismo sentido, ellos nos alientan y reconfortan con su ejemplo e intercesión, a nosotros cristianos en la sociedad actual. Muy probablemente muchos de nosotros seamos burlados o dejados de lado por poner de manifiesto nuestra fe católica, otros son tachados de fanáticos, fundamentalistas o retrógados por defender la vida y la familia, también pueden ser tachados de subversivos o algo por el estilo, al trabajar por los más necesitados, excluidos y pobres de la sociedad o, sencillamente, persegui-dos al no pactar por acción o complicidad con algún proceder corrupto. Estos mártires nos animan a no bajar los brazos y perseverar en el camino de la verdad, la justicia y el amor. ¡Ese es su mensaje y testimonio!
No quisiera eludir cierta polémica surgida en torno a esta beatificación así como igualmente el riesgo de parcializar el entero testimonio de fe, justicia y caridad por el cual estos hermanos nuestros vivieron y entregaron sus vidas. En este punto los exhor-to a tener una mirada creyente y a no dejarse seducir por el espíritu mundano y las ideologías, de un lado y del otro, que no pueden comprender estos acontecimientos de fe.
Por todo lo anterior, los beatos mártires de La Rioja son un llamado a la verdad, la reconciliación y la esperanza por el camino de la justicia y el amor. A la búsqueda sincera y honesta de la verdad comenzando por nosotros mismos, en vez de buscar excusas o “chivos expiatorios”; a la reconciliación, porque las “grietas” son la historia de nunca acabar entre los argentinos que, no solamente nos paraliza, sino que se han cobrado ya demasiadas vidas; y entrar en una lógica y dinámica de respeto, reciprocidad, compasión, solidaridad, convivencia -esto y no otra cosa es el amor- capaz de hacernos resurgir de nuestra postración y parálisis como nación.
Hoy como siempre, también la expresión de aquel pensador cristiano de los primeros siglos sigue siendo verdad y alimenta nuestra esperanza: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano) ¡La sangre y vida de nuestros hermanos En-rique, Carlos, Gabriel y Wenceslao sean también buena semilla para nuestra argentina de hoy! Lo necesitamos.