El párrafo anterior contiene dos palabras nacidas en los últimos seis meses –coronials y zoompleaños— como una especie de muestra gratis de los fuertes cambios en la lengua, que genera de modo constantes términos que ayudan a describir con mayor precisión y economía de recursos nuevas realidades, que de lo contrario habría que explicar malgastando vocablos y tiempos,

Otras dos de las palabras del primer párrafo, tal vez nuevas para ser pronunciadas con frecuencia, ya existían antes –milennials y distópica—pero su uso ha ido normalizándose como resultado de los cambios registrados en un tiempo en que puede percibirse una notable aceleración de las formas expresivas, muy de la mano la relación con la tecnología de buena parte de los seres humanos.

En la lengua coloquial argentina se usa hoy mucha nueva terminología proveniente del inglés, a veces adaptada, otras no, sin ningún tipo de polémica, lo que no sucedería si proviniese del chino o el ruso: take away, delivery, instagramer, chatear, youtuber, cool, hashtag, followers, blog, hatters, coaching, bulling, espoilear, stalkear, GPS, touch and go, mutearse, likear, stremmear, por ejemplo.

Es lógico pensar que con el paso del tiempo habrá adaptaciones: cuando el futbol era un deporte de los ingleses recién introducido a la Argentina, los hinchas decían throwing, goalkeeper, back, half, centrofoward, refere y offiside, porque así hablaban los relatores radiales, que hace añares reemplazaron esos términos por lateral, arquero, defensor, mediocampista, delantero de punta, árbitro y fuera de juego.

Pero las jergas del mundo tech y comercial conviven en el presente estricto del uso de la lengua con docenas de términos y expresiones nacidas al conjuro de la pandemia: asintomático, cuarentenear, distanciamiento social, inmunidad de rebaño, nueva normalidad, letalidad, pospandemia, confinamiento, barbijo, anticuarentenistas. coronacrisis, coviprecios, covidiota, infodemia, desinfodemia, gripezinha y aplanar la curva, entre ellos.

A este aluvión, debe agregarse el sinnúmero de conceptos y palabras que provienen de campo de los feminismos, que se han expandido y aparecen por docenas en los medios y en las personas informadas: identidad de género, violación en manada, misoginia, patriarcado, heteronormativo, micromachismo, machirulo, transversalidad, feminazi, sororidad, empoderamiento, acoso sexual, discriminación positiva, deconstrucción, techo de cristal.

En un país en que las políticas de inclusión –entre ellas la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género—han hecho vanguardia, resulta tan natural que exista un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad desde diciembre de 2019, como qué a principios de la epidemia, en abril, el Estado haya recomendado en uno de sus reportes diarios sobre el estado de la salud pública el sexo virtual, utilizando el modo en inglés de nombrarlo, sexting,

El glosario que puede armarse con este texto no contempla, está claro, el lunfardo de las calles, los modismos que miles de argentinos menores de 25 utilizan todos los días, con códigos en que amigo es ameo, hermano es bro, juntarse ranchear, atr sintetiza a todo ritmo, cuando alguien dice una cosa que puede ser exagerada o ridícula agrega con ironía a-hre, bueno es buenardo, y no está nada mal terminar una idea con la palabra skere.

De cualquier modo, expresiones que salieron de adolescentes de ayer y antes de ayer, hoy parecen muy corridas hacia la ancha avenida del medio de la lengua al ser usadas por numerosos ciudadanos que no las aprendieron leyendo libros o el diario: alto bardo, mortal, infumable, me descansó, me da paja, de una, maso, flasheé, a full, me la sube/me la baja, cualquiera, pinta birra, zarpado, al toque, se puso la gorra, no está bueno, a pleno, me rescaté, cheto mal, bien ahí, al toque,

Además de las que fue aportando al léxico la llamada grieta, conceptos que van de choriplanero a meritócratas, pasando por conspiranoico, es otro dato de este nuevo entramado el hecho de que la militancia kirchnerista ha ido apoderándose, en la mejor tradición peronista. de palabras que fueron pronunciadas con ánimo insultante para resignificarlas: los actos están –estaban—llenos de chicas con remeras que dicen “puta, yegua y montonera”, por ejemplo.

A lo largo del siglo XXI, palabras o conceptos como piqueteros, cacerolazos, trueque, promo, ponele, evento, red social, tsunami, grieta, obvio, interpelar, entradera, salidera, celular, emprendedor, dale, boludo atómico y olvídate, enumeró en un libro que publicó antes del último Congreso Internacional de la Lengua Española el periodista Carlos Ulanovsky, han pasado de los sótanos a la superficie del habla de todos, para usar terminología en boga.

Entre otras cosas, el periodista observó también una “desregulación de las malas palabras", una memoria emotiva en que grandes frases de la política son inolvidables -- “Mi voto no es positivo" o "Lo peor ya pasó"-- y que cada vez se utiliza más el verbo "soltar" que reemplaza a "resignar", "alivianarse", "despegarse" o "permitir", acaso por el impulso de ciertos consejos de los manuales de autoayuda, que cada vez son más en las librerías.

En su flamante nuevo libro, “Sexteame. Amor y sexo en la era de las mujeres deseantes”, la periodista especializada en cuestiones de género Luciana Peker propone un festival de palabras y expresiones que al comenzar la tercera década del siglo XXI describen mejor que las pre existentes una serie de nuevas realidades, entre ellas pijocentrismo, ingolosas, peteras, nalgatorios, antiporno, corralito sexual, paja virtual, amorplaneras y sexo carilina.
Las mencionadas no son expresiones que quedan incorporadas al uso porque las fija una cámara de televisión tomando un personaje –“venia pisteando como un campeón”, “alto guiso”—que resulta gracioso a los espectadores, sino exponentes de un verdadero festival creativo, que se produce con una dinámica incontrolable, como si hubiese de verdad una fábrica de palabras, y nuevos paradigmas, entre ellos el lenguaje inclusivo.

El influyente diario estadounidense The Washington Post afirmó, en el marco de una producción sobre el fenómeno del lenguaje inclusivo que se da en casi todos los idiomas, que en la Argentina centenares de miles de jóvenes estudiantes “están cambiando el modo en que hablan y escriben, reemplazando el masculino "o", o el femenino "a", por la "e" de género neutro en ciertas palabras, para cambiar lo que consideran como una cultura profundamente binaria".

La nota de Samantha Schmidt para el diario que originó la famosa investigación que terminó en 1972 con la renuncia del presidente Richard Nixon por el escándalo de Watergate puntualizó que “el impulso de los jóvenes argentinos está en el centro del debate sobre género que se está dando a nivel global, en medio de la creciente visibilidad de identidades no binarias y una ola de movimientos feministas en todo el mundo".

Los jóvenes argentinos, el sector de la sociedad que más dinamiza la lengua, están llamando la atención de verdad más allá de las fronteras: esta semana la revista estadounidense Time incluyó a Ofelia Fernández, que con 20 años es la legisladora más joven de la historia de los parlamentos de América Latina, en una lista de los diez líderes en condiciones de convertirse en referentes mundiales de relieve en el tiempo por venir,

Fernández, que saltó a la notoriedad como dirigente del colegio secundario Carlos Pellegrini, es la única latinoamericana de la lista de Time, que completan la científica australiana Emma Camp, el ingeniero tunecino Mohamed Dhaouafi. la estrella pop estadounidense Halsey, la boxeadora de Canadá Kim Clavel, la comediante estadounidense Ziwe Fumudoh, el diseñador holandés Bas Timmer, la deportista de la India Manasi Joshi, la referente trans británica Munroe Bergdorf y el cantante nigeriano Burna Boy,

La lingüística estudia desde hace siglos la forma en que la mayoría de los idiomas, con distintas permeabilidades, van sumando a las palabras de sus tradiciones nuevos términos que empiezan en sus márgenes, en general en los argots de grupos específicos, pero van corriéndose hacia el medio, porque son útiles, por repetición, y hoy por el peso que en tienen en la sociedad los medios de comunicación y las redes sociales.

En 2020 parece increíble que en la Argentina de 2007 haya habido una discusión mediática que se pretendió seria sobre si había que decirle o no presidenta a Cristina Fernández de Kirchner –con obstinados sectores insistiendo en que estaba mal—sin que la mayoría de los conservadores admitieran que había un tema ideológico de por medio, en que la discriminación de la mujer no era un asunto menor.

A los neófitos en el estudio de las lenguas que se sobresalten con una consideración como la precedente habrá que contarles que desde hace décadas se sabe que hay una carga ideológica muy clara cuando en la Argentina se le dice pagar en negro al abono ilegal de los salarios, oscuras a las ideas nefastas, siniestros a los desastres naturales y/o provocados, o voces blancas a aquellas que suenan angelicales, generalmente las adolescentes.

Como se sabrá, la negritud y la oscuridad tienen relación con las ideas de la supremacía racial que fundamentan el esclavismo, blanco no es un color superior sino la suma de todos los colores existentes y la siniestra es la izquierda, mientras la diestra es la derecha, según explica con natural asepsia el diccionario de la Real Academia Española.

Respecto al machismo de la lengua, una Asociación Hispanoamericana Feminista envió hace unos meses un correo a los grandes diarios recordándoles que una serie de palabras cuyo masculino describe virtudes o nombre de animales –perro, zorro, aventurero, ambicioso, callejero, rápido- trasladadas al femenino –perra, zorra, aventurera, ambiciosa, callejera, rápida—resultan sinónimo de “puta”.

El tema de los que se enojaron cuando a la ex presidenta no le decían presidente, apuntó el lexicógrafo Santiago Kaliwoski, autor del ensayo “La lengua en disputa”, parece revelar que cuando a sus opositores de entonces les molestaba Cristina Fernández en política, la atacaban por el lado de la lengua, en el momento en que ya había instalado el uso de “todos y todas” en sus discursos pero antes de la era actual, en que hay una tercera posibilidad, la inclusiva “todes”

“Una cosa que hay que saber es que cuando uno ataca a alguien por un uso lingüístico, es una forma de discriminarla por otras razones, por su origen nacional, nivel educativo, clase social, raza”, destaca el experto. “En este caso las razones eran políticas. Decir hoy “la presidente” es un caso de hipercorrección. Es como casi cometer el error por querer hablar demasiado bien”.

En el fondo, lo que ocurre es que a ciertos hablantes les produce rechazo la idea de que un grupo minoritario tenga el poder de cambiar la gramática de toda la comunidad, plantea, antes de narrar que en el siglo XX hubo de parte de los expertos españoles un fuerte ataque contra el uso del voceo en la Argentina, país en que una parte de la poesía, las canciones y los discursos se escribían utilizando el tú.

“Yo fui a la primaria durante el siglo XX”, sintetizó el autor en una entrevista con Página/12, “y no se voseaba en la escuela”. El paradigma verbal que se enseñaba era “yo, tu, él”, no “yo, vos, él”. “En el aula –sintetiza-- tenías que acordarte de hablar de “tú” porque la maestra había recibido la directiva del Ministerio de Educación de que eso había que extirparlo de la comunidad lingüística”.

En una Argentina no tan lejana, en que el Estado incluso intervenía en las letras de los tangos, pidiéndole a los autores cambios de palabras lunfardas porque influían en el público, el voceo “no tenía que estar en el aula, en los trabajos, en la conjugación, ni siquiera en el recreo, puntualizó Kaliwoski. “Si vas a los dictámenes de la Academia Argentina de Letras elevados a la autoridad de Educación en los años 30 y 60, dicen todas estas cosas”.

El problema con los supuestos puristas del lenguaje, que en realidad son los sectores conservadores que muchas veces manejaron las políticas de Estado, es que se quejan del uso de ciertos vocablos nuevos afirmando que no han sido aprobados por la Academia, como si eso fuese importante para expresarse, y cuando eso ocurre se quejan argumentando que el organismo expresa la decadencia de una sociedad que hace un culto a las novedades y que se desapega de las tradiciones.

Cada vez que se aborda este tema, es posible que los memoriosos recuerden la lucha del escritor estadounidense William Burroughs, autor de “El almuerzo desnudo”, que disconforme con los límites de la expresión se dio a la dura tarea de crear una especie de nuevo idioma inglés, tras haber afirmado, algunos creen en modo extraviado, que “el lenguaje es un virus del espacio exterior”.

“En el momento de su formulación, la teoría de Burroughs pudo parecer delirante, fruto de una mente quemada”, apuntó al respecto en un ensayo crítico el escritor Carlos Gamerro, pero “pocos años más tarde, la aparición de los virus en las computadoras –que son sin ninguna duda virus de lenguaje– probaría empíricamente la exactitud de sus predicciones”.

No son virus del espacio exterior, como sostenía la mente volátil de aquel escritor renegado de la Generación Beat estadounidense, pero es evidente que el castellano que se habla en la Argentina está siendo transformado ante nuestros ojos, y oídos, por una avalancha revolucionaria de conceptos que, vale la pena subrayar, provienen de estamentos diferentes que no coordinan entre sí.“Debemos celebrar que hoy estemos cambiando la manera de hablar, porque significa que estamos cambiando la manera de pensar", evaluó hace unos meses Santiago Kovadloff, cuando fue entrevistado por dos periodistas del matutino La Nación, en un momento en que lo que empezaba a pesar fuerte en la esfera pública era el llamado lenguaje inclusivo.

"Vivimos en un mundo de equivalencias progresivas”, planteó uno de los pensadores más vinculados al acuerdo político que hizo presidente a Mauricio Macri. “Las nuevas formas de hablar requerirán nuevos consensos, así como la manera en que hoy hablamos, en un momento, fueron consensuadas y reflejaron un tipo de sociedad".

Por supuesto, los sectores que parecen encresparse con las posibilidades de cambios del lenguaje –que siempre son optativos, nunca obligatorios, está clarísimo—reaccionan también como de manual: hace pocas semanas varios medios se hicieron cargo de promocionar una carta abierta contra el lenguaje inclusivo de una militar que sostenía que no se pensaba como “soldada ni soldade” sino como “soldado”.

La profesora Karina Galperín, doctora en Lenguas y Literaturas Romances, piensa que los cambios que están desarrollándose configuran un fenómeno más grande de lo que se piensa, ya que van produciéndose sin códigos ni reglas, alteran “la estructura de la lengua, sus pilares”, y van encontrando palabras, he aquí la clave de todo, que pueden describir con exactitud una “realidad que ya no es como la de antes”.

 

Fuente: NA