26 abril 2024

Docentes aseguran que bajan calificaciones a quienes no dicen "todos y todas"

En distintas escuelas de formación docente (y también en otras instituciones de educación superior) el denominado "lenguaje inclusivo" es obligatorio para aprobar materias.

 

Si bien la utilización de la "e" ha perdido fuerza en los últimos tiempos, merced del rechazo generalizado y las contradicciones propias de la utilización de vocablos que no existen, la imposición del innecesario desdoblamiento por género (los y las, todos y todas, alumnos y alumnas, etc.) se afianza con fuerza en estas entidades.

Esta situación se da en grandes porciones de la Provincia de Buenos Aires y de Santa Fe, entre otros distritos, donde docentes y directivos determinan la reprobación de estudiantes que se manifiestan adecuadamente conforme la historia de la lengua, es decir, estudiantes que no se han plegado a la moda autoritaria del correctismo político de turno y del cinismo obligatorio.

Esta situación comenzó a gestarse claramente ya en 2019, cuando varias universidades públicas nacionales -a la sombra del clima de época que descendía de biempensantes norteamericanos- impusieron por decreto la obligatoriedad para docentes de aceptar trabajos evaluatorios escritos con la "e" o la "x" en la última vocal ("todes", "todxs", etc.). Aquí ya el docente quedó determinado por una norma (como si la lengua fuera un producto de leyes y edictos y no del uso generalizado de su pueblo).

La siguiente lógica se fue imponiendo por la fuerza poco a poco al mismo tiempo que sus propulsores lo negaban. "Si no te gusta el lenguaje inclusivo, no lo uses, nadie te obliga", repetían y repiten hasta el día de hoy.

Más allá de su exigencia violenta, el "lenguaje inclusivo" (que no es un lenguaje ni es inclusivo) contiene en su seno errores conceptuales irreparables. Supone que, en principio, se puede modificar el habla voluntariamente por decisión de un grupo determinado (y presuntamente iluminado) de hablantes. Y, a la luz de los hechos, indica que ya no es una manifestación política para visibilizar algo, sino que debe obligatoriamente implementarse, por lo que deja de ser una acción tribal para transformarse en una especie de regla ortográfica (que niega toda la literatura lingüística). Asimismo, es autoritario (y antifilosófico) porque entiende que la totalidad debe someterse a las demandas (caprichos) de la individualidad, lo que haría imposible la vida social (el conjunto no puede hablar según la exigencia coercitiva de un otro, ya que existen muchos otros que podrían tener requerimientos superpuestos y antagónicos, lo que haría imposible la comunicación. Demás está mencionar que resulta increíble que en un país como el nuestro, donde abundan en demasía los problemas reales, un minúsculo grupo de pequeñoburgueses con mucho tiempo libre hayan importado "problemas" nuevos).

En este marco, desembocamos en las acciones de escuelas de "formación" docente, donde se decretó que decir "los estudiantes" es un error, y se reprueba (o se baja la calificación) a quienes no expresen "los y las estudiantes", "todos y todas", "argentinos y argentinas", etc. Claro que no lo han plasmado en las currículas, pero sí lo determinan en la práctica. "Ahora se habla así", le han contestado, justificándose, a este medio de comunicación. Esta actitud verticalista, anticientífica y despótica atraviesa todos los niveles educativos, y se encuentra siempre acompañada con materiales obligatorios que tienen el objetivo de impartir como conocimiento al "lenguaje inclusivo" (en Santa Fe, incluso, en el Nivel Inicial se les asevera a niños de 5 años que decir "Vamos juntos" está mal, y que lo correcto es "Vamos juntes". Se lo hace por medio de una canción a través de Youtube impulsada desde la web de la plataforma educativa del Ministerio de Educación. Vale destacar que muchos chicos de esta edad aún no han terminado de aprender a escribir su propio nombre).

Por lo tanto, mientras la educación en general se cae en pedazos, y la mitad de los egresados de los secundarios no comprenden lo que leen, ciertos gobiernos (nacional y provinciales) rinden pleitesía a una agenda cuasi religiosa y distractiva, promotora de una moral foránea, y bajan una línea clara, concreta y totalizante para insistir y persistir en el error.