23 abril 2024

La agotadora odisea de los pacientes por conseguir una simple receta

Una inquietud acercada personalmente por un lector a nuestro medio, refleja una problemática cotidiana en la que nadie aporta su granito de arena para simplificarnos la vida y evitar esperas, demoras, colas, perdida de tiempo, errores y desconocimientos.

 

Cuando uno piensa en la calidad de vida de este país, suele asociarlo a cuestiones estrictamente económicas o sociales; pero, sin embargo, hay verdaderos suplicios diarios que se suman a esta lista y cansan, desgastan, enervan y nos llevan a preguntarnos por qué no somos capaces de, al menos, tener algo de empatía entre nosotros, que muchas veces disfrutamos ser argentinos, pero la mayoría de las ocasiones, lo padecemos.

El simple hecho de conseguir una receta médica en nuestra ciudad se ha convertido -por muchos factores y actores-, en una tarea casi imposible, desgastante e imposible de comprender y soportar.

El caso que aquí se describe, cien por ciento real, seguramente es sufrido a diario por muchos vecinos de la ciudad, y se convierte en un ejemplo a partir del cual todos los pacientes afectados podrán hacer sus aportes, a partir de otras nefastas experiencias personales.

En un consultorio médico de la ciudad, por caso, las recetas deben dejarse para que el médico las confeccione los días lunes o martes; y deben ser retiradas el jueves o viernes de la semana subsiguiente, con lo cual estamos hablando de un lapso de no menos de 9 días para acceder a la misma.

De esta manera, un paciente que debe consumir diariamente un medicamento, teniendo en cuenta que el contenido estándar de un blíster de pastillas es de 10 comprimidos, deberá acostumbrarse a “contar los días” y observar que, al llegar a la mitad del consumo de la caja, ya deberá ir pensando en ir a solicitar una nueva receta.

Tampoco ayuda el hecho de que, al retirarlas, solamente en los días indicados, se formen largas filas y la pérdida de tiempo sea importante para quienes andamos con los minutos contados, es decir, todos.

En el paso subsiguiente, uno se dirige a la farmacia, y en el caso de contar con la obra social IOMA (la más numerosa en cuanto afiliados), ahora debe lidiar con la tan mentada receta electrónica, que, a juzgar por los siguientes hechos a describir, no parecen comprender aún ni los médicos, ni sus secretarias, ni los farmacéuticos.

En la “Farmacia 1”, al presentar la documentación dicen desconocer el motivo por el cual “el médico hizo dos recetas iguales”, ignorando el dato obvio de que uno de los ejemplares es para la farmacia y el otro para la obra social; pero como si esto fuera poco, advierten que el médico “olvidó realizar la receta de archivo que requiere este medicamento, y sin la cual, no puede ser entregado”.

De vuelta al consultorio, uno se dirige a la recepción, solicitando la confección de la receta de archivo, con suma urgencia, ya que estamos hablando de un lapso de 10 días de iniciado el trámite; pero no obstante se indica que “debe dejar la solicitud en la urna y retirarla la semana siguiente”.

Mientras nos preguntamos si “llegamos” con los comprimidos, uno puede aprovechar la confianza con su médico de cabecera y aguardar que entre paciente y paciente, finalmente la confeccione, sorteando un nuevo plazo de 10 días.