28 abril 2024

La vecina de French que escapó de Argelia y rehizo su vida

Al haberse celebrado ayer el Día del Migrante, la historia de Joelle Jacob, francesa nacida en el país africano en plena guerra por la independencia, y hoy vecina de French, fue reflejada por el sitio "Infobae".

Cada 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante, desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la fecha en el año 2000. El testimonio de Joelle Jacob, de 66 años, representa un ejemplo de las tantas familias que subieron a un barco rumbo a América, prácticamente solo con lo puesto y un sinfín de ilusiones. Ella es francesa nacida en Argelia, y sus padres emigraron en medio de la Guerra de la Independencia, junto a sus hermanos. El menor nació en altamar, y recomenzaron todos juntos cuando llegaron a Uruguay. Tiempo después se mudaron a Argentina, y cuatro décadas más tarde salieron a luz algunos secretos familiares que la orientaron hacia la búsqueda de su identidad.

Según la ONU, actualmente hay más de 280 millones de migrantes a nivel global. Una de esas personas en Joelle, y en su caso se entrecruzan varias historias de vida desde sus orígenes. Cada familiar representa una pieza del rompecabezas, y pasó por muchas reflexiones hasta poder ponerla en palabras.

Hoy vive en French, una localidad del partido bonaerense de 9 de Julio, con menos de 800 habitantes, que se destaca por la celebración de la Fiesta del Puré desde hace 15 años.

“Estoy haciendo de a poco el libro de mi vida, porque me encanta escribir, pero son cosas que duelen, porque hago un poco de memoria y me sigue golpeando; recién ahora que estoy un poco más grande y que tengo un presente con muchos momentos lindos, me estoy proponiendo dejar un registro de mi familia”, confiesa.

Es madre de tres hijos y feliz abuela de tres nietos. Los dos más pequeños llegaron este 2023 de manera sorpresiva, y los llenó de alegría. “Mi hijo del medio fue papá en mayo y mi hijo mayor hacía más de dos años que estaba anotado para adoptar y tuvo la gran bendición de que llegó Antonella, así que tengo una nietita de 2 años y otra de 14 por parte de mi hija”, detalla, antes de comenzar el viaje hacia tiempos pasados.

Huir en medio de la noche
Joelle nació en Argelia el 1° de agosto de 1957, y es la tercera de cuatro hijos. Su nacionalidad es francesa, por el contexto sociopolítico en que llegó al mundo: la guerra había comenzado tres años antes, en 1954, y perduraría hasta el 5 de julio de 1962, cuando se declaró la Independencia. Se trató de un período de lucha del Frente de Liberación Nacional Argelino (FLN) contra la colonización francesa, que había iniciado en 1830, y al territorio se lo llamaba “la Argelia francesa”. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial se había recrudecido el sentimiento anticolonialista, y sumado al descontento de un gran sector de la población, se vivía en tensión permanente.

“Algunos historiadores argumentan que todo empezó por un conflicto diplomático de ese tiempo, otros que fue porque a Francia le convenía esa ruta, pero fue un enfrentamiento muy crudo y sangriento durante más de siete años”, sostiene Joelle. Los descendientes de su familia habían ido a vivir a Argelia en pleno período colonial francés, y permanecieron allí durante tres generaciones. “Emigraron de Francia y se dedicaron a los viñedos, y hacían cítricos, hasta que empezó la guerra revolucionaria, y nosotros no éramos considerados ni franceses ni argelinos, nos decían ‘los pies negros’ (en francés Les pieds-noirs)”, revela.

Aunque son pocos los recuerdos que tiene de aquellos años, casi como flashes, se acuerda de visualizar a su abuela con un delantal a cuadros grises, de espaldas, y que de repente les gritaba en francés que se escondiera con sus hermanos. “Nos quedábamos debajo de la cama y se escuchaban estruendos de las bombas que tiraban, tanto de La Resistencia Argelina, como de los residentes”, indica. Cuatro meses antes de la declaración de la independencia, decidieron afrontar el éxodo, que ya se estaba anunciando por el amenazante clima de época. “Todos los franceses se debían ir del territorio argelino, y te ofrecían solo dos cosas: ‘El ataúd o la valija’, ese era lema, y por eso en marzo de 1962 salimos de noche huyendo como ratones de puerto”, describe.

Ella tenía cuatro años cuando su abuelo los llevó en un Citroën junto a sus padres y sus dos hermanos, para que tomaran un barco que iba hacia Argentina. “Fuimos todos amontonados hasta el puerto y ahí nos despedimos; debe haber sido terrible para mi mamá, porque nos dimos un beso y un abrazo con mis abuelos y no los vimos nunca más”, expresa. A aquella atroz despedida se sumaban los nervios previos a abordar, porque su madre cursaba un avanzado embarazo y si lo descubrían, no iba a poder viajar. “Siempre cuenta que se puso un tapado para esconder su vientre y apoyó a mi hermana menor en la panza, y afortunadamente pudo pasar, subimos y por fin zarpamos”, relata.

Fueron 18 días a bordo de un buque trasatlántico, que les parecía inmenso. “Tenía de todo, incluso piletas y una pequeña clínica, donde mi mamá tuvo a mi hermanito, que nació en la línea del Ecuador a la altura de Brasil, pero lo declaran nacido en Uruguay porque lo anotó cuando llegamos”, cuenta. Su padre había trabajado en un campo en Argelia, y el mismo patrón había recibido tierras para cultivar en Paysandú, y le propusieron que continuara allí sus tareas. “Nosotros veníamos en el barco con los muebles de esa familia, el perro de los patrones y un loro; y nosotros traíamos lo puesto nada más”, aclara. Con el recién nacido en brazos, bajaron a tierra firme para recomenzar la vida.

Se adaptaron al idioma, a la cultura, y se dedicaron a trabajar para progresar. “Mi papá aprendió español cuando vinimos para acá, hablaba seis idiomas y siempre dijo que fue el que más le costó; y en casa nosotros cuando éramos chicos teníamos la obligación de hablar en francés adentro de la casa, pero a los 15 años nos revelamos, porque era un tema hablar en francés en casa y fuera de casa en español, empezamos a hablar siempre español, y hoy por hoy comprendo perfecto el francés pero ya no puedo entablar conversación fluida”, comenta.

 

Con admiración, Joelle describe a su mamá como “la artesana mágica”, porque recuerda que aunque no tenían ni un solo mueble, ella se las ingeniaba para crearlos con lo que había. “Agarraba cajones de verdura y con eso hacía la mesita de luz, tiraba unas maderas y armaba una cama, con varias cajas simulaba el aparador y así ella armaba todo, hasta que al poco tiempo teníamos la casita de nuevo, porque iba comprando de a poco las cosas”, explica. En 1974, cuando Joelle ya era adolescente, se mudaron a Buenos Aires, donde su papá consiguió otra oportunidad laboral en un campo de Luján. Otra vez hubo que iniciar de cero, vender todo el mobiliario y rehacer un hogar en otro país, pero la experiencia fue mucho menos traumática.

“Mi mamá siempre se ocupó de darnos todo lo que pudo, no nos faltó comida, y aunque teníamos lo mínimo con eso éramos felices, no lo recuerdo con carencia. Incluso me hacía las muñecas de trapo, que eran una belleza, de juguetes rotos nos armaba nuevos, llegaba fin de año y nos tenía preparada alguna sorpresa con los regalos de Papá Noel, estaba en cada uno de esos detalles”, sostiene.

Una verdad oculta
Aunque cuando evoca su infancia hay muchos instantes felices, confiesa que también había días en que sentía que algo no encajaba. Algo así como un presentimiento de que faltaba algo por descubrir, y no se equivocaba. “Muchas veces estaba en la mesa con mis hermanitos, veía a mis padres, y eran una familia amorosa, pero yo decía por dentro: ‘¿Qué hago acá?’, era como que no me encontraba, y la respuesta llegó recién a mis 45 años”, comenta. Cuando su madre quedó viuda emprendió un viaje a Francia, y su estadía se extendió más de lo esperado.

“Dijo que hacía mucho no veía a algunos familiares, porque gran parte de nuestros parientes pudieron volver a Francia después de la independencia de Argelia, y entonces ella se fue para reencontrarse, pero al poco tiempo las cartas que me mandaba ya no tenían la dirección de la casa de mi tía, eran de otra casa y yo le preguntaba dónde se estaba quedando”, relata. Un día la contestación sincera llegó: “Hija, me reencontré con mi primer novio”. Y para su sorpresa, cuando su madre regresó, vino acompañada de aquel amor.

El impacto fue inmenso porque había un gran parecido físico entre Joelle y Pierre, el señor en cuestión. “Mi marido me decía: ‘Es igual a vos, es tu papá biológico’, pero yo no me daba cuenta, no lo podía creer, hasta que tuvo que hablar mi mamá y contar la verdad”. Resulta que su madre y el hombre de nacionalidad marroquí habían iniciado un romance cuando tenían 20 años, pero su historia quedó trunca y sellada durante cuatro décadas.

“Ella estaba embarazada de mí, y se fue a vivir a la hostería de una amiga porque su papá estaba muy enojado porque no estaba casada, entonces iba a ser un hijo fuera del matrimonio, y Pierre fue a buscarla, pero le dijo que se iba a ir a Marruecos a buscar trabajo y eso la tomó por sorpresa”, narra. Y continúa: “A mi mamá no le pareció bien, le dijo que era mejor que se casaran y se vayan juntos, pero él le decía que era mejor primero que fuese solo a conseguir un empleo y le aseguraba que después iba a volver a buscarla, entonces decidió no decirle que estaba embarazada y no recibirlo nunca más”.

Pierre cumplió su palabra y regresó, pero ella no le abrió la puerta. Volvió una tercera vez, y ahí le abrió la puerta, pero esta vez con una bebé en brazos. “Cuando él me vio a mí chiquita a upa de mi mamá, pensó: ‘Ya está, la perdí para siempre’, y no se vieron más”, remata. Jamás se imaginó que aquella niña era su hija, y supo la revelación en el ocaso de su vida. Durante su ausencia, la madre de Joelle conoció a un legionario alemán en la hostería, que se enamoró perdidamente de ella. “Siempre me contaba que ella cantaba detrás de un barril para que él no le viera la panza, pero él la quiso desde el principio con la panza y todo, y vivieron juntos 45 años”, cuenta.

Así se enteró de que quien la había criado en realidad era su padre adoptivo, y pudo comprender todo lo que él había pasado. “Fue un papá divino, amoroso, se me cierra la garganta cuando hablo de él porque fue maravilloso, y también tenía una historia dura: se escapó de Alemania teniendo 14 años, para salir de la escuela hitleriana, abandonó a su familia y se enroló en lo que la legión extranjera, que recorrían los mares e iban detrás de las guerras, estuvo en Vietnam en 1956 y en la guerra de la independencia de Argelia, hasta que cesó de su actividad y empezó a trabajar en el campo, que lo hizo toda su vida”, resume. Los tiempos de conflicto bélico dejaron secuelas en su padre de crianza, y padeció depresión y alcoholismo en varios momentos.

“Ahogaba sus penas, lo echaban de los trabajos cuando tenía esas crisis, mi mamá salía a trabajar, y así hasta que un día reaccionaba y volvía a buscar un trabajo”, rememora. Cuando supo que Pierre era su padre biológico, pudo reconectar con él durante 10 maravillosos años. “Desde que supo que era su hija decidió venir a vivir a la Argentina, pasamos momentos hermosos todos juntos, incluso me pude hacer el ADN y confirmar la paternidad; lo disfruté hasta el último día de su vida”, revela.

De Argelia a French
Hace 46 años, cuando Joelle tenía 20, conoció a quien iba a ser el padre de sus tres hijos. “Mi papá tenía su cargo el tambo del lugar y yo trabajaba en la oficina de la estancia, hacía las cartas y los reportes, y un día entró un camionero a buscar la cosecha de papas, e intercambiamos una mirada”, relata. Desde ese momento, el encargado de la finca siempre le decía: “Hay un camionero que dice que está inquieto contigo”, y lo mismo le decía al muchacho, pero a la inversa: “La chica de la estancia está inquieta contigo”. Sembró la curiosidad de ambos, y empezaron a salir.

Seis meses después se casaron, y siguen juntos hasta la actualidad. “Así encontré mi destino en French, formé mi familia, y acá pienso morir”, sentencia. Hizo un instructorado de yoga, da clases cada tanto, y también se involucró mucho con la Sociedad de Fomento del pueblo. “Brindo mi servicio ad honorem porque amo la institución, también soy catequista en la iglesia y una de las tareas que hago con mucho gusto es ayudar en la casa de los abuelos de French, donde trabajan ocho chicas y en este momento hay 13 abuelos en la residencia; como es una institución sin fines de lucro hay que poner el hombro, pero estoy acompañada con un grupo maravilloso”, manifiesta.

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Hoy se siente afianzada y completa. Hizo terapia para seguir sanando, y se da cuenta de que durante mucho tiempo pudo más la nostalgia de lo que no fue, que el valioso presente que construyó. “Fue un una lucha interna que tuve, me costó interpretar lo ocurrido porque cuando era chica era hasta romántico sentirme francesa, ver la Torre Eiffel y pensar: ‘Soy de ahí’, pero los que quedamos en el medio de algo, todos los los que hemos estado en países colonizados, muchas veces sienten que no son ni de una patria ni de la otra, y eso es complicado”, reflexiona. Incluso supo de otros grupos de “los pies negros” que pasaron por lo mismo, y actualmente viven en la provincia de Misiones y Corrientes.

“Con los años entendí que me siento mucho más argelina que francesa, porque mi mamá siempre cocinó comidas típicas de ese lugar, los aromas, los sabores, los condimentos, las telas, todo me me lleva a sentirme argelina, y al poner los pies sobre mi historia encontré más identificación con el norte de África”, asegura. Por supuesto que la Argentina ocupa un lugar inmenso en su corazón, por ser el lugar donde formó su familia. “En el fondo uno es del país que lo recibe, yo amo este país que me dio los hijos, y me duele mucho cuando dicen barbaridades de nuestro país, porque Argentina es un país hermoso que no tiene egoísmo, y no pone ningún obstáculo para recibir a los inmigrantes”, destaca.

Algunos meses atrás el embajador de Marruecos Fares Yassir propuso un concurso literario, donde escritores argentinos podían participar con poemas propios que tuvieran como inspiración algunos cuadros pintados por marroquíes. Joelle se animó a mandar un texto de su autoría, porque al ver las imágenes lo primero que se le vino a la mente fue su padre biológico marroquí. “Fue muy emotivo y hasta sanador, y encima uno de los poemas ganadores fue el mío, y lo pusieron en un libro de la tercera edición de ‘Antología Marruecos Argentina’, que reparten en las bibliotecas para compartir su cultura”, indica.

 

Asistió a un invitación a la residencia del embajador, que los recibió con mucha amabilidad y cordialidad, y pudo charlar con otros escritores que tenían historias similares, todos atravesados por el éxodo de la guerra. “En ese pequeño mundo marroquí sentía en mis raíces. y por fin las descubrí, para poder fortalecer mi propia vida, hacer un balance y estar en paz”, concluye. A modo de cierre, comparte el escrito, que tiene como inspiración el vínculo con Pierre y los caminos que transitaron, hasta al fin encontrarse.

LOS HOMBRES DE AZUL

Por Joelle Jacob

Mira el mar y sueña

que algún día encontrará la respuesta

a su niña interior,

que hace años dejó aquella orilla

de aguas azules.

El dolor siempre fue en silencio,

sin poder descubrir qué pasaba

en su corazón, solo sabía que el mar

le daba una repuesta a su dolor,

sin palabras y con mucha emoción.

Seguían pasando los años

y el mar seguía estando

en sus sentimientos más emotivos.

La arena, los hombres de azul y

unos ojos azules, siempre estaban…

Siendo ya adulta, ese sentimiento junto

al mar seguía siendo su refugio,

una fuente inagotable de esperanza

que le aseguraba que algún día lo encontraría.

Observando la arena y las olas

siempre se preguntaba quién era

y, aunque nadie se lo podía decir,

sentía su presencia en algún lugar.

Los hombres de azul eran su conexión,

pues sabía que él había surcado las mismas aguas

en esa búsqueda incansable

por encontrar un destino en el mundo.

Sus ojos fijos en la inmensidad del mar,

se sabía a salvo en ese infinito azul,

en busca de una respuesta,

que finalmente un día le traería.

Hasta que, al fin, le trajo de aquella orilla

la repuesta al dolor de su corazón. Sin saber

la historia, su alma siempre sabía que,

vendría el consuelo de su agonía.

Y entonces, al encontrarnos,

todo cobró sentido:

la niña, el mar, la playa,

los ojos azules y yo.

Fuente: Infobae.