4 mayo 2024

Emotiva y conmovedora nota de "La Nación" a Mariano Navone

"Mariano Navone, de imitar a la Legión por TV hasta quedarse dormido en una ciudad fierrera, a soñar desafíos contra Alcaraz y Djokovic", es el título de una extensa y sustanciosa entrevista que el tenista nuevejuliense compartió con el periodista del matutino porteño Sebastián Torok.

 

La misma, se reproduce textualmente a continuación:

 

Nueve de Julio vive, con frescura y alegría, el mejor momento de su joven carrera
Mariano Navone, durante la entrevista con LA NACION, en el Racket Club; el tenista de Nueve de Julio vive, con frescura y alegría, el mejor momento de su joven carrera
Rodrigo Nespolo

Cuando en febrero de 2001, Analía Vizzón, que ya era madre de dos chicas (Lucía y Pilar), comenzó a hacer el trabajo de parto para la llegada de su tercer hijo, su mamá se apresuró en ir hacia una juguetería, en Nueve de Julio (provincia de Buenos Aires), y eligió un regalo al azar para su futuro nieto: un sonajero con forma de raqueta de tenis.

Destino o coincidencia, veintidós años después, aquel chico, Mariano Navone, es uno de los mejores 120 tenistas del mundo, estatus que alcanzó al obtener, en el Challenger Tour, la segunda categoría profesional, cinco títulos (en Poznan, dos veces en Santa Fe, Santa Cruz de la Sierra y Buenos Aires) y un subcampeonato (Lima), todos en esta temporada. El sonajero resistió al paso del tiempo y está en la casa de Analía y de su marido, Luis Navone.

El deporte se derramó en la vida de los Navone desde temprano. Cuando Luis se mudó a La Plata para estudiar ingeniería electrónica, en los ‘80, compitió al hockey sobre patines en Racing e Independiente.

Más allá de su formación como contadora en la Ciudad de Buenos Aires (en la UBA), Analía le dedicó tiempo al cestoball, al tenis (coleccionaba fotos en blanco y negro de Guillermo Vilas) y al básquetbol.

Con Mariano teniendo un año y medio, lo dejaba descansando en el cochecito al lado de la cancha de tenis mientras ella jugaba y le reemplazaba los pañales en los cambios de lado.

Siempre en el Club Atlético 9 de Julio, el segundo hogar de familia; en los veranos, con la pileta y los asados; en los inviernos, con las tardes de chocolate caliente.

La conexión del menor de los Navone con el tenis fluyó de inmediato: dormía con una pequeña raqueta en la cuna y, a los tres años y medio, empezó a practicar en la escuelita y a pegarle a la pelota en el frontón.

Al tiempo le detectaron una desviación en la columna y un médico le recomendó que empuñara la raqueta con la mano izquierda, “para compensar”, pero no surtió efecto y volvió a golpear naturalmente, con la derecha.

“De chiquito se pasaba horas pegándole a la pelota, aunque hiciera 50 grados. Decía que le jugaba a Djokovic, a Federer... Cuando empezó con profesor, a los 5 años, nos dijeron que ya hacía todos los golpes. Es que tenía una gran capacidad de observación”, recapitula Analía.

Mariano no sólo jugaba en el club. También usaba las paredes del galpón en el que funcionaba el local de reparación de transistores y radios de su papá y de su abuelo paterno, Alejandro Navone, fallecido en 2018 y también conocido en la ciudad por haber transmitido competencias automovilísticas en Carburando.

El abuelo materno de Mariano, Horacio Vizzón, fue profesor, librero y presidente del Consejo Escolar en 1983, en el retorno de la democracia; en 2015, incluso, fue declarado Ciudadano Distinguido en la ciudad. Hoy tiene 96 años.

“Tuve una infancia muy ligada a la vida de club, sin redes sociales ni nada de eso. A los ocho años iba solo en bicicleta al club, la ataba, me iba a jugar todo el día y volvía a casa a la noche. No tenía teléfono y mis viejos sabían; no había una sensación de inseguridad.

O me volvía caminando desde la escuela a mi casa, con mis hermanas. Tenía mucha libertad. A gimnasia, a sacar fotocopias o de un amigo…, iba solo. ¿Qué chico de una ciudad puede hacerlo solo en la actualidad? Imposible; en ningún lado. Hoy lo veo en los hijos de amigos o profesores en Capital. Creo que aquello me dio frescura”, le expresa Navone a LA NACION.

“La casa de mi papá era muy fierrera”, cuenta. Difícil que no lo fuera en la tierra del Autódromo 9 de Julio, inaugurado en 1970, y con un abuelo que “conoció a Fangio”. “A mí papá le gustan muchos los autos; me llevó varias veces a ver las carreras. A mí también me encanta el Turismo Carretera”, agrega Mariano.

Su etapa como junior fue sana y distendida, sin grandes presiones. Su camada, la 2000 y 2001, tenía muy buenos jugadores: Juan Manuel Cerúndolo, Thiago Tirante, Francisco Comesaña, Alejo Lingua, entre otros. “Fuimos acompañándolo moderadamente, con tranquilidad; era ridículo pensar más allá de que la pasara bien -cuenta mamá Analía-. Una vez, en Tandil, escuchamos al Negro Gómez [formador de Juan Martín del Potro, entre otros] decir que estadísticamente llegaba uno en cien mil; eso también puso un freno más allá de lo que pudiéramos soñar. La etapa de junior fue divina por los amigos que hicimos, compartiendo vivencias y asados con los padres de los otros chicos. Siempre estuvo entre los 6 y 8 primeros del país.

Pero la etapa Cosat [la gira sudamericana] no la hizo porque no había recursos. Siempre miramos mucho lo que hacían las camadas más grandes y, en base a eso, sacábamos conclusiones. Todos teníamos dudas. Y, además, queríamos que terminara la escuela. Nunca le permití que dejara de estudiar inglés extraescolar; hoy habla bien”.

Desde chico tuvo amor por el tenis, Mariano. “Crecí viendo una época de oro, con la Legión. Me crie en 2004, 2005, 2006…, viendo a Nalbandian, a Coria. Ellos eran mis reflejos. Copiaba movimientos. Agarré el Federer-Nadal, pero siempre me gustó más la rivalidad de Djokovic-Murray”, dice Navone. Hay fotos que certifican lo que describe, en las que se lo ve de chico, dormido en el piso, junto a una raqueta y frente a la TV, con un partido de fondo.

A los 12 años se quedó sin gente de su nivel para entrenar en Nueve de Julio y empezó a viajar a Rosario. Todo empezó a hacerse más complejo. Con el tiempo, Mariano empezó a elevar la vara de la competencia, jugando los TopServ (con puntos para el ranking nacional) y torneos por plata.

“En 2015 había tenido un muy buen año, terminando N° 2 o 3 del país, pero en 2016 había hecho mucho esfuerzo, una gran pretemporada y los resultados no se me daban -narra Navone-.

Terminé frustrado; estaba nervioso, me presioné. Estaba desmotivado, me sentía lejos de todo. Me puse a probar cómo era la vida de un chico normal que iba al colegio, empecé a salir un poco y dejé de jugar durante tres meses. Seguí haciendo físico y me fui a anotar a otros deportes, pero nunca los arranqué. Al final me di cuenta de que la adrenalina que me daba el rectángulo naranja no me la daba nada (sonríe). Veía a los de mi camada mejorando y yo me sentía estancado, no tomaba la decisión de ir a vivir a Capital porque no me sentía tan maduro. No era fácil para alguien de 16 años dar ese paso, no quería quemarme, entonces fui a Junín, que fue algo intermedio. Y ahí Leandro Verón me devolvió el amor por el tenis, me enseñó a entrenar mejor. Esa etapa me dio muchas ganas de volver a competir”.

Navone logró completar el colegio en forma presencial, en la Escuela Normal Superior de Nueve de Julio. “En los últimos tres años hice malabares, me salteaba educación física, estudiaba en los colectivos, en los autos... En mis últimos años de secundario ya estaba entrenando en Junín, a unos cien kilómetros de mi casa, pero el colectivo tardaba dos horas y media.

A las dos de la tarde salía para Junín, llegaba a las cuatro y media, me iban a buscar, entrenaba de cinco a ocho y media, me volvía, llegaba a las once y media de la noche a mi casa y, al otro día, a las siete estaba en el colegio. Así, tres o cuatro veces a la semana. Pero lo disfrutaba”, recuerda Mariano, que eligió no ir al viaje de egresados.

¿Por qué? Lo explica: “La decisión fue atípica, lo sé. Pero en esa época tenía una bacteria, el estreptococo, y cuando salía de lugares de encierro me terminaba agarrando anginas con placas muy duras. Tenía miedo y no lo tenía resuelto todavía. Y salir tres días seguidos en Bariloche, con el frío que hacía, me iba a enfermar muy mal.

Más allá de eso, la vida de la noche nunca me gustó demasiado. Y mis amigos me respetaron. No fui a Bariloche, aproveché para ir a jugar dos torneos por plata, en Santa Fe, con cuatro o cinco amigos que jugaban en profesionales. La gira me encantó y ahí es como que tomé la decisión de dedicarme al 100%, de meterme de lleno en el tenis desde 2019″.

Llegó una etapa desafiante y compleja, la de los Futures, la tercera categoría profesional, donde los jugadores están desprotegidos. Se mudó, finalmente, a la Ciudad de Buenos Aires. Sus padres le alquilaron un monoambiente en Azcuénaga y Santa Fe. “Era un departamentito oscuro, lavaba la ropa en el departamento de la hermana, que vivía en el mismo edificio. Encordaba sus raquetas y las de otros para ganar unos pesos y pagarse sus cuerdas”, recuerda Analía.

Lo becaron en la academia de Mariana Díaz Oliva. Tenía contrato de raquetas, el apoyo de una conocida fábrica de lácteos de Nueve de Julio y algún subsidio municipal. No le sobraba nada; sus padres se encargaban de la ingeniería para conseguir pasajes y hoteles más económicos. “Empezó a viajar por Túnez, Turquía... Lo hacía solo; en esa etapa lo ayudó mucho Juan Pablo Paz [actual 257° en dobles], sobre todo en el armado de las giras, porque él ya tenía experiencia”, rememora Analía.

“Las cosas que te pasan en los Futures pueden ser terribles”, asevera Navone. Y ejemplifica: “Ahí hay que sobrevivir. Si no tenés un sponsor, se comparte un departamento de a tres o cuatro jugadores.

Algo lindo es entrar en pueblitos o pequeñas ciudades a las que no irías nunca por otro motivo. Pero tuve vivencias difíciles, en las que nos asustamos. Como en El Cairo, en noviembre de 2020, cuando paramos en una casa con Bauti Otegui, Jazmín Ortenzi y Juampi Paz en la que nos cortaron la luz, el agua, el gas.

Nos decían que tuviéramos cuidado porque nos podían robar. En realidad, nos hicieron eso porque la gente del torneo, que era pesada, quería que nos alojáramos en su hotel. Estuvimos días sin luz; comprábamos comida y se pudría en la heladera. Otra, en 2021: con Fran Comesaña casi quedamos presos en Rumania. Pasamos caminando la frontera desde Serbia a Rumania porque no teníamos auto, algo que le llamó la atención a la policía.

Les contamos que íbamos a jugar un torneo en un pueblito rutero, en el que estaba el club y no nos creían. Nos dijeron que íbamos a ir presos y no tenía señal ni datos como para avisarle a mi familia dónde estaba. Esas cosas te hacen valorar más la actualidad. Hoy miro hacia atrás y cuando me pasa algo, digo: ‘Dale, te pasaban mil cosas peor’. Hoy, en los Challengers tenemos más privilegios que en los Futures y no hay que remarla tanto”.

A principios de 2021, siendo 782° del ranking, comenzó una nueva historia para Navone. Se sumó a la academia de Alejandro Toto Cerúndolo, el papá de Francisco y Juanma, actuales 21° y 116° del tour. Y en octubre de ese año, siendo 582°, dio un paso que marcaría un antes y un después. Recibió una invitación para jugar el Challenger de Buenos Aires, en el Racket, y en la primera ronda derrotó al brasileño Thiago Seyboth Wild, que era 126°. Ese éxito le produjo un clic interno positivo, pero también lo puso ante un desafío para intentar salir de la zona de confort.

“Cuando salgo de la cancha, después de haber ganado mi primer partido en Challengers, Fede Stove y Maxi Barock, dos entrenadores de la academia, me dicen: ‘Esa empuñadura del drive hay que cambiarla. Así te va a costar mucho’. Es que pegaba la derecha con una empuñadura muy pasada, que me limitaba. Es el golpe más importante en el tenis, el tiro que más usás y con el que más agujeros podés hacer, pero me limitaba desde la velocidad, la potencia y la precisión. ¡La tenía así desde hacía quince años! Ese año terminé 500 y pico, me agarro Covid-19 y cuando volví, en enero, empecé a hacer ejercicios de escuelita, al lado de la red, como si fuera un amateur, me tiraban la pelota en la mano, hacía sombra con la nueva técnica. Confié. Pero iba un día bien, dos mal, dos bien, tres mal… No me acostumbraba, pero siempre confiando en que era lo mejor a futuro.

No me terminaba de funcionar, no me sentía cómodo. Me anoté en dos torneos profesionales Pro Tour, en el país, y en uno perdí en la primera ronda. ¡Imaginate! Estaba 560 del mundo y perdí en primera ronda acá. Por marzo y abril empecé a jugar mejor algunos sets, me fui a hacer mi primera gira de Futures con la empuñadura nueva, a Montenegro…”, detalla Navone.

Y continúa: “Me tiraban todas a la derecha y no la podía ni controlar. Jamás pensé en dejar de jugar, pero sí recuerdo que una vez dije: ‘O lo resuelvo o que esto me retire’. Sabía que si lo resolvía iba a ser mejor jugador. Me quedaba entrenando tiempo extra, hacía canasto después del entrenamiento...

En el primer torneo de Montenegro perdí en primera ronda contra un chico que no tenía puntos de ATP. Me lo quise tomar con humor, pero quería llorar. La segunda semana hice semifinales, jugando mejor. En la tercera semana volví a jugar mal. Y en la cuarta fue como que dije: ‘Bueno, ya está, tengo que jugar con esto. Si sale, sale’. Y fue la que mejor jugué. Terminé perdiendo 6-4 en el tercer set con un suizo [Damien Wenger; entonces 473°] y dije: ‘Epa. Estoy mejor’. Vuelvo al país, me voy a Corrientes y termino haciendo mi primera final de Challenger [perdió con Comesaña]. Me sentí que estaba de vuelta, metido en jugar y sin pensar si la iba a meter adentro de la cancha o no”.

-¿En ese momento tuviste temores e incertidumbre?

-Sí, todo el tiempo, porque el temor no era únicamente si iba a resolver mi derecha, sino mirando a futuro y había una realidad: necesitaba empezar a ganar. Mis viejos me ayudaban económicamente, me acompañaban, pero no quería seguir pidiéndoles. Así no podía sostener las giras. Había mucho miedo. Me preguntaba: ‘¿Che y si no saco más puntos de ATP y se terminó mi carrera?’. Sabía que era arriesgado lo que hacía, pero que en esa zona de confort era probable que no pudiera jugar bien al tenis de elite. Arriesgamos con un orden, se arrancó de cero y con una estructura, pero fue complicado. Mi psicóloga me empezó a ayudar para atravesar esas etapas de mi vida. Me enseñó a luchar contra la ansiedad, porque ese cambio era a largo plazo.

Esa búsqueda comprometida fue resbaladiza, pero surtió efecto. Hoy es el décimo mejor argentino del ranking mundial, se acerca al top 100 y el año próximo debería comenzar a disputar, por primera vez, el circuito ATP y los Grand Slams (tiene asegurado el ingreso a la clasificación del Australian Open y, si se llegara a reponer de una lesión en la zona intercostal, aún cuenta con un puñado de torneos hasta fin de año para buscar más puntos e intentar entrar en el main draw de Melbourne).

Claro que en este proceso de éxito en el Challenger Tour también tuvo (tiene) altibajos, nuevos retos (físicos, emocionales) y correcciones tenísticas sobre el camino. Uno de esos cambios estuvo enfocado en la raqueta, a partir de un consejo de Andrés Dellatorre, su entrenador desde junio pasado.

“Andy me dijo que la raqueta que estaba usando no la notaba del todo bien, que le faltaba explosión, que hacía bien los movimientos, pero que la pelota no salía tanto. Era raro cambiar la raqueta porque me estaba yendo bien. Pero no lograba punch. Fuimos al US Open, en septiembre, coincidí con Trunge [Marco Trungelliti], empecé a hablar con él sobre el tema y entramos en calor juntos. Andy lo ve y dice: ‘Marian, si probamos esta raqueta te va a encantar’. La de Trunge era un poquito más larga, tenía el mismo patrón de cuerdas, pero otra forma del aro, el balance en otro lado, tres gramos más… Y Trunge me dice que ahí tenía una, que me la regalaba. Volví a Buenos Aires, la probé y me fascinó. Faltaban dos semanas para el Challenger de Santa Cruz. La usaba en el entrenamiento y la hacía encordar, una y otra vez. Me había cambiado el juego. Le digo a Marco: ‘Me encantó. ¿Tenés otra usada para darme?’. Me dijo que tenía tres, que me las guardaba. Mi hermana, que estaba en Europa, las fue a buscar a Andorra, donde viven Marco y la mujer, Nadir, me las trajeron, las prepararon, fui a Santa Cruz y gané el torneo. Y después gané dos torneos más”.

Navone está muy agradecido por el gesto de Trungelliti: “Es para sacarse el sombrero. Habíamos estado juntos en un interclubes en Alemania, charlando porque éramos los latinos de ahí, pero no teníamos relación como para que me diera sus raquetas. Lo hizo de buen flaco que es, de que me quiso ayudar”.

Challenger de Buenos Aires
Tiene sus días de irritación, como todos. Pero, por lo general, Navone suele mostrarse risueño, simpático. Contagia con su chispa. Cae bien en el público del tenis. “Se amarga, obvio, pero tiene frescura y una personalidad para disfrutar; baila espectacular, le encanta imitar a jugadores, a cantantes... Es así como se lo ve; le sale naturalmente”, destaca mamá Analía, embelesada.

“De chico imitaba bien a mucha gente de Nueve de Julio, a chicos que jugaban conmigo. Imitaba a Messi caminando y me la pasaba todo el día haciéndolo en la escuela. Nunca fui introvertido. En las fiestas de fin de año soy el primero en bailar. Esa frescura me ayuda a estar suelto. A veces me permito reírme un poco en los partidos; me distiende.

Creo que a veces nos robotizamos demasiado con tantas horas de entrenamiento diarias. Noto que los alcanzapelotas tienen un amor grande conmigo y creo que es porque muchas veces les hago bromas. El otro día se le cayó una pelotita a uno y, en vez de pedírsela, fui y le hice un caño”, se alegra Navone.

-Sacando el tenis, ¿qué te apasiona?

-Soy futbolero, pero tengo una historia graciosa. Mis viejos son de River y Boca. Mis hermanas son de River. Y yo soy de Argentinos Juniors. Soy socio y voy a la cancha. De chico era de Boca, pero conocí a Argentinos por un primo que vive a diez cuadras de la cancha. Y uno de mis mejores amigos del tenis, Ignacio Viñas, también era de Argentinos.

Fui un par de veces a la cancha y me empecé a encariñar. Es un club lindo, que me recuerda a los del interior; en la platea se conocen todos. Después de la muerte de Diego [Maradona] hay toda una esencia a su alrededor, se aplaude en el minuto 10 y es fuerte lo que se vive. El club tiene algo que me representa: saca jugadores de la cantera y los pone en primera. Cree mucho en ellos. Habla bien de su formación. Me hice hincha, hincha...

Miro todos los partidos; es más, me saqué una VPN para mirarlos desde Europa. Estoy pendiente. Y el básquet también me encanta. Desde los 14 años que miro mucho la NBA.

-Los títulos Challengers y la cercanía al top 100 te abren otra perspectiva. ¿Qué lectura hacés sobre los próximos pasos?

-Hemos laburado muchísimo. Desde que arrancamos en junio con Andy entrenamos muchísimo, pasamos muchas horas en la cancha. Mejoré, sobre todo al competir, en la ubicación de los tiros, en el orden táctico. Ganar cinco títulos en poco tiempo no fue por casualidad. Sé que falta un montón; es un proceso largo, pero me da muchas ganas de seguir adelante y de ser un tenista de elite. Entrar en el top 100, en el top 80, empezar a jugar los Grand Slams…, es lo que quiero. El torneo que siempre quise jugar es el Australian Open; es un gusto atípico para los argentinos. El año que viene voy a ir a la qualy o al main draw, veremos. Ojalá que el año que viene pueda jugar la gira de ATP en Latinoamérica y que haya más gente que quiera pagar una entrada para verme, algo que aún hoy me parece increíble que suceda. Tengo claro que todos los días tengo que entrenar para aprender.

-¿Por rival y estadio, cuál sería tu partido soñado?

-Sería contra Alcaraz en Roland Garros o con Djokovic en Australia. Serían desafíos muy disfrutables. Ojalá que muy pronto me pueda encontrar en ese lugar, compitiendo contra ellos. Sería un sueño.

Sebastián Torok/La Nación.