El dirigente social, Juan Grabois y el empresario agroindustrial, Gustavo Grobocopatel participaron de una charla en la Universidad Nacional de Córdoba e informaron que llevan adelante un plan conjunto para darle trabajo a 50 mil trabajadores agricultores tengan posesión perpetua de la tierra.
Sobre de que se trata el proyecto, el dirigente social prefirió no adelantar demasiado, pero si le dejó en claro algo al empresario sojero; “No podemos contar mucho del Plan A. Yo espero que Grobocopatel no me traicione al final del camino. Hicimos un acuerdo, pero vamos a ver”.
La idea de la charla era plantear un debate entre el empresario de la soja y el dirigente social, pero ambos sorprendieron a algunos de los presentes al anunciar que tenían un acuerdo de trabajo.
“Grobocopatel no es el señor malo de mi libro. Es un símbolo. El Grobocopatel actual, real, nos va a ayudar a hacer algo muy importante”, dijo Grabois sobre ese acuerdo y haciendo referencia al libro que escribió, “La clase peligrosa”, y en el que señala al empresario como responsable de los desmontes.
Luego, consultó si el objetivo de “esa sociedad” era “como el señor Grobocopatel dice, aumentar la superficie sembrada de soja, lo que es una Argentina deshabitada y sembrada de soja, con pequeños bolsones de lugares donde se va a hacer agricultura ecológica e hidroponía”.
Grabois prefirió ser quien contestara esa pregunta y expresó su malestar de una manera que sorprendió aún más a su interlocutor.
“¿Dónde tenés el arma para matarlo, porque vos querés matar al modelo sojero ¿Te da la nafta? Yo no tengo ninguna sociedad con nadie papá, acá hay un debate. No tengo identidad ideológica con el modelo sojero, tengo una diferencia, y diciendo vos palabritas como “veneno” y “muerte” no resolvés nada. Los problemas en la Argentina no se resuelven con palabras, se resuelven con acciones. Lo que se dice con el pico, se defiende con el cuero no diciendo que hay una sociedad. Acá estamos haciendo algo para cambiar esa realidad”, dijo.
“Si yo me tengo que dar un beso en la boca con Grobocopatel, o con quien carajo sea, para que 50.000 compañeros agricultores tengan la posesión perpetua de sus tierras, lo voy a hacer”, expresó.
“Y si le querés llamar a eso sociedad, llamale sociedad. Y a mí me importa un carajo los troskos, los medios troskos y los más o menos troskos. Porque eso se llama defender con el cuero las convicciones”, finalizó Juan Grabois.
¿Una sociedad entre agronegocios y agroecología?
El diálogo entre Grobocopatel y Grabois fue derivando a la posibilidad de encarar acciones comunes, a la posibilidad de una coexistencia entre el agronegocio y la economía popular.
Grabois afirmó: “Yo no creo que la función de la economía popular sea ser productiva, tenemos que construir una nueva forma de vivir, no una competencia con la locomotora suicida de la economía capitalista (…) podemos competir en no generar los pasivos ambientales (…) estuve por el Refugio Libertad o Villa Ciudad Parque y tenés algunos emprendimientos agroecológicos que no van a resolver el problema de la alimentación de todo el pueblo argentino, pero si de un sector.”
De forma directa, también Grobocopatel se expresó en ese sentido minutos después: “Esta es lo que podría decir, mi agenda oculta. En ese modelo del siglo XXI, una de las cosas de este modelo es la integración entre los agronegocios, sojeros, con la agricultura familiar agroecológica. Esa integración se tiene que dar en las ciudades del interior y yo creo que puede ser una asociación virtuosa.”
Productividad y “capitalismo feliz”
Un aspecto importante del debate fue sobre la noción de productividad. Fue Grabois quien denunció la “productividad” de la soja, como insignia del modelo agroexportador. La denuncia fue correcta acerca de las consecuencias ambientales y cómo la frontera agropecuaria afecta a las comunidades originarias: el ejemplo fue la comunidad Wichi en el Chaco.
El dirigente de CTEP contrapuso éste modelo a aquel de las producciones fruti-hortícolas de pequeños y medianos productores, sin que ello planteara un cuestionamiento profundo al modelo agroexportador, sino proponiendo la convivencia de ambas formas, algo que dejaron en claro ambos, qué es el plan a futuro.
Las denuncias de los “pasivos ambientales” como los desmontes (a lo que podríamos agregar la degradación de los suelos, las consecuencias hídricas y demás) no encuentran salida de fondo cuando la concentración de ese negocio se da en pocas manos y varias de ellas extranjeras.
Uno de los ángulos que escogió Grabois para el cuestionamiento de la “productividad” fue la “infelicidad”. El referente de llegada estrecha al Papa Francisco se refirió a los trabajos formales en el capitalismo y cómo la productividad -entendida en términos de aumento de los ritmos de trabajo- también impacta en la calidad de vida. Pero la salida, bajo los términos que él plantea, no puede ser solamente la mejora del ánimo dentro de trabajos “más agradables”.
La productividad entendida en esos términos de mayor o menor “felicidad” está lejos de discutir lo que sucede actualmente, en la sociedad capitalista mundial y en Argentina en particular (y donde el Gobierno al que apoya Grabois también tiene una importante responsabilidad), donde los ritmos de trabajo son cada vez mayores, donde el subempleo aumenta cada vez más y donde la precarización es moneda corriente para amplios sectores de trabajadores, sobre todo la juventud, como correlato de un aumento de la pobreza, situación en la que difícilmente haya quienes elijan qué trabajo aceptar o no.
Discutir en términos abstractos, sin discutir salidas dónde no haya un régimen social de explotación, es abordar superficialmente la realidad de los ritmos laborales y limitar la discusión a lo posible dentro de un sistema que se sostiene, estructuralmente, a partir de esa explotación.
El modelo defendido por Grobocopatel y el agropower -que apunta a la primarización de la economía nacional con alianza directa con el capital internacional- es parte de lo que impide un desarrollo de la producción planificada al servicio de las necesidades del conjunto de la población, permitiendo generar empleo con todos los derechos laborales garantizados y de manera armónica con la naturaleza. ¿Qué posibilidades de felicidad hay con un modelo capitalista que ha generado el 40% de pobreza, miseria y desocupación para que las riquezas producidas las disfruten las pocas familias más ricas del país responsables de estos grandes negocios?
A su turno Grobocopatel (mejor conocido como “el rey de la soja”) dijo coincidir con Grabois sobre que la productividad debe ser medida en términos de la felicidad (o lo que cada uno entienda por ella, en sus palabras) y acordó con los impactos ambientales, pero se desligó de responsabilidades al hablar de que el problema es el de un “Estado” que no controla. Podría sonar hasta gracioso que el responsable de uno de los principales grupos de explotación de la soja y ahora de servicios para el agro hable sobre el rol del Estado cuando las empresas del agronegocio desarrollan -y lo han hecho desde siempre- un poderoso lobby para la extracción de grandes ganancias sin control alguno o trabas por parte del mismo Estado. Además, el empresario habló sobre la necesidad de un “orden” para la productividad, donde llegó a señalar que, entre otras causas, los cortes de calle son las que la afectan directamente.
Para cerrar habló de la necesidad de modernizar la producción agrícola en Argentina de la mano de la tecnología (siendo él uno de los principales proveedores) y la posibilidad de integrar el mundo sojero con la agricultura familiar. Todo en los términos de intentar racionalizar y hasta humanizar el capitalismo que defiende.